Hablar de solidaridad, de relaciones auténticas y profundas, es mucho más allá de imaginarse un mundo bonito donde todos seamos felices.
Si hacemos un repaso de la historia de la humanidad, nos daremos cuenta que nada, absolutamente nada se ha conseguido al pensarse como individuo y que los grandes acontecimientos que nos han hecho ser lo que somos, surgen desde la más profunda actitud de colaboración.
No hubiéramos podido sobrevivir como especie, si no nos hubiéramos puesto de acuerdo para sortear las adversidades de la naturaleza como los animales, el frío y la ausencia de alimentos. Fue cuando el hombre comenzó a pensar en comunidad, cuando logró evolucionar. El diálogo y el acuerdo forjaron las bases para lo que hoy somos.
Es decir, ¿nos imaginamos cómo seríamos si tuviéramos que combatir todos los factores externos por nuestros propios medios? No podríamos sobrevivir.
Necesitamos de los demás.
Y aún hoy en día, a pesar de que el modelo económico y social vigente nos invita cada vez más al individualismo, a la competencia, a la eliminación del otro (violencia), es cuando más dependemos unos de los otros.
Pero ¿Cómo vivir en solidaridad en un mundo que nos invita y nos orilla, casi obligándonos, al individualismo? ¿De qué manera involucrarnos con el “otro”? ¿cómo ver, en el semejante, no a un rival, un enemigo o un simple instrumento para la satisfacción de mis propias necesidades, sino a una persona con dignidad, con libertad, con pensamiento y emociones propias, encontrar a alguien que no está ahí para que yo me aproveche de él o ella, ni tampoco para que él o ella únicamente se aprovechen de mí, sino construir relaciones de verdad, íntimas, donde la persona sea lo más importante?
Para contestar estas preguntas, tal vez valga la pena comenzar por explorar cómo nos vemos a nosotros mismos. ¿Nos damos cuenta que somos mucho más allá de lo que consumimos o hacemos? ¿Reconocemos que nuestra dignidad atraviesa las fronteras de lo temporal, de lo efímero, de lo trascendente? ¿Nos vemos como seres con una identidad bien construida? ¿Ejercemos nuestra libertad?
En el momento en el que nos comenzamos a ver a nosotros mismos como seres completamente capaces de ser (y no únicamente de tener, aparentar, o hacer) es cuando podremos entrar en contacto auténtico con los demás y poder construir relaciones de solidaridad.
Otra forma de construir relaciones auténticas y solidarias, es a través de vivir experiencias de encuentro con el otro. Experiencias que nos transformen y nos hagan replantear nuestras actitudes. Cuando experimentamos el encuentro con el otro, somos más humanos. El CUI ofrece actividades como misiones, campamentos, ejercicios espirituales y talleres para que te conozcas más y puedas construir relaciones auténticas, duraderas y solidarias con los demás.
Carlos José Pérez Sámano
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