Muerte de alguien cercano
Cuando alguien a quien queremos mucho muere, pasamos por una serie incontenible de emociones. Internamente se puede incluso tener la sensación de que el mundo se volteó de cabeza; todo lo que ayer era un hecho y considerábamos “normal”, ahora cobra nuevo significado.
En el caso de la muerte de una persona cercana, trabajar la pérdida es un proceso largo e intenso que resulta más o menos difícil según las circunstancias del caso. Si la persona que murió era alguien mayor, estaba enfermo o si por algún motivo era razonable pensar en la muerte próxima de esa persona, el manejo de la pérdida empieza desde antes de que ocurra dicha muerte y el proceso puede ser más sencillo, ya que no nos tomó por sorpresa. Sin embargo, si la persona no estaba enferma, era joven y la muerte fue imprevista – por ejemplo, si ocurrió por accidente-, el trauma de la noticia y el proceso para aceptar que ya no está complicarán el proceso.
Lo último que quisiéramos vivir en la vida es la pérdida de un ser cercano, sin embargo, es importante pasar por el proceso -por doloroso que sea- ya que a través de éste podemos aprender a adaptarnos a la nueva realidad que implica la ausencia de esa persona.
Proceso de duelo
Ya casi serán dos años desde que murió mi papá… fue algo que me marcó profundamente… A pesar del tiempo que ha pasado lo resiento y me desespero cada vez más.Estudiante de la ibero
Cuando muere una persona cercana, lo normal es entrar en un proceso de duelo, el proceso por el que pasamos todos los seres humanos cuando sufrimos una pérdida. Es muy probable que al inicio nos encontremos en un estado de negación ante la pérdida; si ésta fue muy repentina, en estado de shock. Conforme va pasando el tiempo, se irá experimentando dolor ante la separación de esa persona querida, lo que puede acompañarse de una disminución en el interés por otras personas o por otros temas de la vida.
Aunado a lo anterior, es muy posible que la persona pase por momentos de enojo, rabia intensa y tristeza profunda. Se siente enojo hacia la persona que murió por una sensación de abandono, aun cuando se tenga claro que quien murió no lo hizo por dejarnos solos. Por otra parte, hay sensaciones de culpa -o de impotencia- ante estos pensamientos por pensar que probablemente pudo haberse hecho algo para evitar la muerte del ser querido.
Cuando las emociones intensas empiezan a resolverse, lo común es comenzar a “negociar” con la pérdida del ser querido. Pensar, por ejemplo, que esa persona está en un lugar mejor, que ahora ya no sufre y que uno podrá reunirse con ese ser querido al final de la propia vida. Finalmente, se empieza a aceptar la pérdida y el individuo se reconecta con las personas y actividades de su vida diaria en un proceso que normalmente toma alrededor de dos años.
Poner en palabra las emociones
A lo largo del duelo es muy probable que la persona desee hablar sobre sus emociones, lo que en ocasiones provoca rechazo por parte del medio; los familiares o las amistades del doliente podrían decirle que ya ha pasado mucho tiempo o que no debe seguir sufriendo. Sin embargo, para la persona que sufrió la muerte de un ser querido es muy valioso poner en palabras sus emociones.
A pesar de que los procesos descritos anteriormente son naturales y sanos, hay personas para quienes vivir el duelo se complica y optan por evadirlo. Esto conlleva serias consecuencias para la salud del doliente, ya que le es difícil afrontar las emociones que seguramente experimenta ante la pérdida; obliga a su psique a aceptar una situación nueva sin digerirla previamente. Cuando un duelo no se vive con toda su intensidad, se pueden observar síntomas de depresión. En estas circunstancias las personas pueden verse afectadas en su vida familiar, social, académica y laboral.
Para estos casos se recomienda la atención psicoterapéutica, en donde la persona pueda darse cuenta de la importancia que tiene la elaboración de su duelo: sentir sus emociones, hablar sobre ellas y poco a poco, salir adelante en un espacio especialmente diseñado para ello.
Al enfrentar un duelo es frecuente recurrir a “soluciones rápidas” para dejar de sufrir, como tomar alcohol o consumir alguna droga. Estas conductas -independientemente de lo nocivas que resultan para la salud- no apoyan al proceso, sino que lo hacen más largo al evitar que la persona se enfrente adecuadamente con sus emociones.
Cristina Curiel Castelazo
Psicoanalista
criscuriel@gmail.com
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